/ Michael Jackson, la patente del Moonwalk y el arte de patentar lo imposible
21 de Abril, 2025Los derechos de autor y conexos se enfocan en proteger obras y ejecuciones artísticas, las patentes resguardan soluciones técnicas. Cuando ambas se encuentran en una producción musical o escénica, pueden entrar en diálogo o en tensión.
Ingeniero de Patentes
Alessandri Abogados
Los derechos de autor y conexos se enfocan en proteger obras y ejecuciones artísticas, las patentes resguardan soluciones técnicas. Cuando ambas se encuentran en una producción musical o escénica, pueden entrar en diálogo o en tensión. Cuando pensamos en Michael Jackson, lo primero que viene a la cabeza es su música, su voz inconfundible y esos movimientos que parecían desafiar la física. Pero pocos saben que el “Rey del Pop” no solo innovó en el escenario, sino también en el mundo de la propiedad industrial. En 1993 Jackson presentó, junto con sus colaboradores Michael Bush y Dennis Tompkins, una patente en Estados Unidos (US5255452A) para un sistema de calzado especial que permitía realizar un movimiento imposible: inclinarse hacia adelante, en ángulo, sin perder el equilibrio, como si la gravedad dejara de aplicar.
El invento consistía en unos zapatos con una ranura en la suela, capaces de engancharse en un perno retráctil oculto en el escenario. En el momento justo, el bailarín podía sujetarse al suelo y ejecutar la famosa “ilusión antigravedad”, inmortalizada en el video de Smooth Criminal. Lo interesante es que Jackson no patentó un paso de baile, porque los movimientos coreográficos no son patentables ni protegidos por derechos de autor en la mayoría de las legislaciones, sino un dispositivo técnico que hace posible esa coreografía.
Este caso expone de forma brillante cómo los límites entre las distintas ramas de la propiedad intelectual se vuelven difusos en el mundo del espectáculo. Mientras los derechos de autor protegen composiciones musicales, letras y grabaciones, los movimientos escénicos y coreografías suelen quedar desprotegidos o solo amparados en contextos muy limitados. La única forma de asegurar exclusividad sobre una puesta en escena técnicamente compleja puede ser, justamente, mediante una patente de invención.
No es un caso aislado. Broadway ha sido terreno fértil para estas tensiones. Algunos escenógrafos y directores han intentado patentar mecanismos escénicos, juegos de luces o sistemas de efectos especiales para mantener exclusividad sobre ciertas puestas en escena. Pero esto ha generado debate: ¿hasta qué punto es válido patentar elementos que, aunque técnicos, son parte de una experiencia artística compartida?
Por otra parte, en las artes escénicas la protección por derechos conexos suele recaer en los intérpretes y productores de las grabaciones, pero deja fuera a quienes contribuyen desde lo técnico: diseñadores de vestuario, iluminadores o ingenieros de efectos especiales. La patente de Jackson permitió garantizar que su efecto visual más impactante no pudiera ser replicado comercialmente sin su autorización, compensando la falta de protección autoral sobre el movimiento en sí.
Esto revela otra arista interesante: mientras los derechos de autor y conexos se enfocan en proteger obras y ejecuciones artísticas, las patentes resguardan soluciones técnicas. Cuando ambas se encuentran en una producción musical o escénica, pueden entrar en diálogo o en tensión. Imaginemos a una artista que crea una performance visual con dispositivos patentados por un tercero, o a un festival que usa una técnica de proyección sin conocer que está protegida. Las consecuencias legales pueden ser inesperadas, y la falta de conocimiento sobre estas áreas suele derivar en conflictos costosos.
El caso de Jackson anticipó los desafíos actuales en el cruce entre arte, tecnología y derechos. Hoy, con el auge de espectáculos multimedia, escenarios inteligentes y producciones que combinan música, danza, proyecciones holográficas y tecnología de inmersión, la convivencia entre derechos de autor, conexos y patentes es cada vez más compleja. Y sin una comprensión clara de sus límites y alcances, la industria creativa corre el riesgo de enfrentarse a nuevas barreras para innovar.
A veces se dice que el arte no puede tener dueño, pero en la práctica, las herramientas que lo posibilitan sí. Jackson lo entendió antes que muchos: si no puedes proteger la coreografía, protege el mecanismo. Una lección valiosa para artistas, productores y creadores de hoy, que navegan un escenario donde la expresión artística y la innovación tecnológica están más entrelazadas que nunca.