/ Del saxofón al Moonwalk: la propiedad industrial ha definido el sonido de nuestra historia
21 de Abril, 2025Matías Saavedra – Ingeniero de patentes
Martín Vicuña – Asociado
En la historia de la música la creatividad artística ha dialogado constantemente con la innovación y la tecnología. Desde la invención del fonógrafo hasta las modernas plataformas digitales, incluyendo la inteligencia artificial, para crear y reproducir música, cada avance técnico ha abierto nuevas posibilidades sonoras y estéticas. Estos hitos se han visto acompañados del empuje silencioso, tras bambalinas, de la propiedad industrial y sus virtuosas dinámicas. Las patentes, en particular, han moldeado no solo la fabricación de instrumentos y dispositivos, sino también las corrientes musicales que de ellos emergen y nos acompañan día a día.
Todo comienza con Antoine-Joseph “Adolphe” Sax, un fabricante belga de instrumentos musicales, quien registró su saxofón en 1846 (París, Francia 3226), un instrumento que no solo dio vida al jazz, sino que demostró cómo un derecho de propiedad podía resguardar una innovación mientras inspiraba un género musical entero de manera atemporal.
En 1937 se registra en Estados Unidos la patente US2089171A, que protege el primer modelo comercial de guitarra eléctrica de cuerpo sólido, la “Fry Pan”, a nombre de la compañía Electro String Instrument Corporation, fundada por George Beauchamp y Adolph Rickenbacker, con George Beauchamp como único inventor. Esta patente encendió la chispa del rock and roll introduciendo la cápsula electromagnética con imanes en forma de herradura, diseñada para captar directamente las vibraciones de las cuerdas metálicas y convertirlas en señales eléctricas amplificables, y un cuerpo sólido de aluminio fundido, eliminando la tradicional dependencia del cuerpo acústico. Inspirado en la patente de la Fry Pan, el ingeniero e inventor estadounidense Leo Fender, fundador de Fender Electric Instrument Manufacturing Company, perfeccionó el concepto de guitarra eléctrica de cuerpo sólido para uso convencional. En 1950 presentó la Esquire, seguida por la Broadcaster —luego Telecaster— y, en 1954, la mítica Stratocaster, que se volvió el emblema definitivo del rock y el pop, en manos de artistas como Jimi Hendrix y Eric Clapton. Fender no inventó la guitarra eléctrica, pero sí la popularizó y perfeccionó. Y si bien no patentó estos modelos, tomó ideas previas protegidas y las llevó a una nueva dimensión sonora y comercial, definiendo el sonido del rock moderno.
Luego, la patente US2896491, a nombre de Gibson Guitar Corporation, concedida en 1959, dio a conocer al mundo la famosa cápsula de guitarra “Humbucker” diseñada por el ingeniero electrónico estadounidense Seth Lover para Gibson. La cápsula Humbucker eliminó el molesto zumbido que se generaba con las cápsulas anteriores, producto de interferencias con otros equipos eléctricos. Lover solucionó el problema utilizando un sistema de dos bobinas conectadas en serie con polaridades magnéticas invertidas, y de paso revolucionó el rock y el blues eléctrico permitiendo el uso de amplificadores a alto volumen sin zumbidos. Artistas como B.B. King y Slash adoptaron guitarras con Humbuckers, definiendo sonidos emblemáticos. Gibson integró la Humbucker en modelos inmortales de guitarra como la Les Paul (1958), y hoy es considerada un estándar de la industria, particularmente en los géneros rock y metal.
Más tarde, Robert Moog nos entrega el sintetizador, registrado en 1969 mediante la patente US3476866, abriendo las puertas a la música electrónica, desde los experimentos de Kraftwerk hasta los vibrantes festivales de EDM.
Pero la influencia de la propiedad industrial en la música no se ha limitado a los instrumentos y los sonidos. El espectáculo escénico, como extensión natural de la experiencia musical, también ha sido terreno fértil para la innovación patentada. Michael Jackson, es un ejemplo de artista que combinó magistralmente la creación musical con la expresión corporal y escénica. En 1993, registró junto a Michael Bush y Dennis Tompkins, la patente US5255452A, para un sistema de calzado especial que, anclado a una ranura oculta en el escenario, permitía a un bailarín inclinarse hacia adelante en un ángulo imposible para el cuerpo humano, sin perder el equilibrio, movimiento conocido como la ilusión anti-gravedad, e inmortalizado en la coreografía de la canción Smooth Criminal.
Algunos géneros musicales nacieron directamente de la creación de instrumentos e innovaciones en la música. El jazz, impulsado por el saxofón de Sax, encontró su alma en las improvisaciones de Louis Armstrong (West End Blues, 1928) y John Coltrane (Giant Steps, 1960). El rock, potenciado por la guitarra eléctrica, vibró en las manos de Jimi Hendrix, cuyo solo en All Along the Watchtower (1968) convirtió pedales de distorsión en poesía sónica. La música electrónica debe su existencia al sintetizador y a cajas de ritmos como la Roland TR-808 (diseñada por Ikutaro Kakehashi), que dieron a DJ Kool Herc (Block Party Breaks, 1973) y Grandmaster Flash (The Message, 1982) las herramientas para inventar el hip hop en el Bronx de los 70s.
Otros géneros musicales surgieron a partir de la reinvención de innovaciones pasadas. El tocadiscos, diseñado para reproducir música, se transformó en un instrumento en manos de los DJs, que crearon “breaks” y scratches. Sin restricciones legales que limitaran su uso creativo, el tocadiscos se convirtió en el corazón del hip hop, mostrando cómo la propiedad intelectual puede ser un trampolín para la imaginación.
Muchas invenciones protegidas se convierten en un regalo para la humanidad al expirar sus derechos. El theremín, registrado por Léon Theremin en 1928 (US1661058), cayó en el dominio público décadas después, inspirando a constructores electrónicos a crear versiones accesibles. Su sonido de ciencia ficción fue aprovechado por Led Zeppelin en Whole Lotta Love (1969) y por Beach Boys en Good Vibrations (1966). De manera similar, el sintetizador Moog (US3476866), una vez libre de restricciones, fue clonado y adaptado por productores como Daft Punk (Harder, Better, Faster, Stronger, 2001) y Radiohead, cuyo Jonny Greenwood llevó el ondes Martenot a nuevos horizontes en How to Disappear Completely (Kid A, 2000).
Los sistemas de propiedad intelectual buscan incentivar la innovación mediante un fino equilibrio entre la propiedad y la libertad, garantizando ambos. Sin la propiedad intelectual, quizás no tendríamos el saxofón que llora en un club de jazz, la guitarra eléctrica que grita en un estadio, o el sintetizador que pulsa en una rave. Hoy, tecnologías emergentes como la inteligencia artificial abren nuevos horizontes creativos y, a la vez, plantean desafíos complejos para las estructuras de protección e incentivo, particularmente en el mundo de la música y las artes escénicas.
La próxima vez que escuches una canción que te llene los ojos de lágrimas o te levante el espíritu de alegría, recuerda: detrás de cada nota hay un inventor, un artista, y un derecho de propiedad que ayudó a hacerla posible. Celebremos ese legado, y sigamos tocando la sinfonía de la humanidad.